miércoles, 7 de noviembre de 2007

Cuando el diablo me quiera llevar Condenado por las tentaciones…

Veo la gente pasar. Todos caminan como dirigiéndose a todos lados al mismo tiempo, tal como si fueran un inmenso cardumen de sardinas evadiendo la realidad, su realidad.
Mientras observo este cuadro tomo mi encendedor, lo abro y enciendo mi habano justo en la misma banca donde llore amargamente mientras leía mi baja del ejército.
Me encontraba en Guadalajara mientras convivía con jóvenes estudiantes de historia de todo el país. El congreso magno donde se exponían nuevas ideas de investigación histórica y alguna que otra ponencia con títulos como “Mi rancho si figura” o “Se leer bien”. El viaje ya estaba programado para participar en el congreso anual de encuentro de historiadores, sin embargo la verdadera intención de dicho viaje era la de reencontrarme con un yo extinto hace 5 años.
Vaya 5 años se sienten como una gran letargo entre el ayer y el hoy. Dentro de las ponencias que se dieron en el congreso, me intereso una basada en el materialismo histórico en la cual uno de los exponentes señalaba que el pasado no existe, sino más bien una interpretación de un lapso temporal observado desde el presente, suena complejo ¿no? Sin embargo yo pienso que si existe un pasado y que la mejor muestra de esos acontecimientos que ocurrieron en un momento, ya sea lejano o cercano a nuestro presente, se encuentra en la famosísima experiencia.
La experiencia es algo que nos puede alivianar y sobre todo evitar muchas broncas, pero en nuestra necedad de no tomar muchas veces en cuenta dicha capacidad de aprender y sobre todo entender, me hace figurar a una persona parada en pleno parque Juárez la cual ve como una paloma está a punto de cajetearla y sin embargo el individuo ni se inmuta en esquivar dicha sustancia fecal.
Camino por el centro me dirijo hacia el mercado “Corona”. El viejo mercado céntrico donde cada domingo por las mañana me comía dos sándwiches uno de queso panela y otro de amarillo, licuado de melón y una rebanada de pay de queso. Entre los ruidosos pasillos el olor a zempasuchil, a carne asada entre otros. Para mi desgracia no encontré la lonchería, por más que busque y di de vueltas había desaparecido no niego que sentí tristeza ya que era uno de mis lugares favoritos y sobre todo porque la chica que atendía tenía cierto parecido con alguien en particular. A fin de cuentas elegí una lonchería cercana y mantuve mi desayuno habitual. Fue buena la elección ya que logre tener una buena amistad con la dueña del lugar. Después de comentarle acerca de mi búsqueda ella solo me dijo que el puesto que buscaba ya tenía algún par de años que cerró al parecer la dueña se mudo y la chica se caso. Bueno una evidencia de mi existencia pasada en Guadalajara había desaparecido.
Muchas veces andamos por la vida sin saber lo que nos rodea, conocer nuestro entorno y las personas que viven en el. Lo digo porque a mis escasos días que tenía libres como militar, solo pensaba en dos cosas: Convivir entre la gente, ir alguna plaza, entrar al cine para olvidar un poco la realidad o simplemente caminar en la calle. La otra opción era dormir después de los agotadores días de la vida castrense, sin embargo satisfacer horas de sueño me limitaría el tiempo de estar libre, la cual era un precio muy alto para la moral con la que salía cada fin de semana. Horas de humillación y encierro. Más que un estudiante me sentía un prisionero.
Baje a la estación “Plaza Universidad” y aborde el tren ligero. Meditaba mientras sentía el movimiento de los vagones. Aun recuerdo al niño que me observaba con ojos curiosos mi uniforme impecable. Mis botines lustrados, mis botones pulidos, mi portafolio en mano con el escudo aéreo… En el reflejo de la ventana solo observaba a un joven de anteojos y una barba de “chivo” con toda la facha de un intelectual de callejón. Ojeras de cansancio y una mirada reflexiva.
Arribo a mi destino y salgo de la estación. Me ajusto mis viejos Ray Ban mientras escucho a un predicador callejero, el cual predicaba la época de gran decadencia en la que vivimos. Pienso que el hombre siempre ha estado en decadencia desde que Adán se sambutió la manzana que le dio el bomboncito de Eva. Sin embargo no saliéndome de contexto de entre las palabras del predicador emergió “Medrano”. El escuchar ese nombre me hizo sentir más nostalgia y a la vez un poco de decepción. Mi antigua vivienda se encontraba entre la 64 y Medrano calles ubicadas en un sector alejado. Ubicada allí estaba la famosísima “Casa de los Enanos”. Centro de perdición, borracheras y refriegas. Todo menos descanso existía allí, sin embargo con la ilustrada presencia de los “Tracas” o sargentos de radiocomunicación ya que hacían la convivencia grata y amena, sobre todo porque con ellos las Caguamas eran seguras.
La dueña era una anciana llamada Teresita, señorita Teresita. Si señorita por que en su célibe vida entregada al cuidado de sus jóvenes cadetes y al catolicismo. No se animo a conocer hombre alguno. Todos la veíamos como la abuelita querendona que nos reconfortaba cada vez que llegábamos los fines de semana. Y que entendía nuestras retorcidas charlas por la conciencia etílica en la que generalmente nos hallábamos.
Irónicamente los Boy Scouts que nos encargaríamos de pertenecer al regio cuerpo de “transportistas militares”, “detectores de sembradíos” y “Los acérrimos enemigos del zapatista y el narco” nos rolábamos lo churritos para las depresiones de extrañar el hogar, la familia y sobre todo la libertad de conciencia la que nos era suprimían para “obedecer sin discutir”.
Ese sitio lo busque desde el primer día de mi estancia pero para mi desgracia, la señorita Teresita había fallecido unos meses atrás y ahora la casa era un viejo edificio abandonado, que albergaba vagabundos y viciosos. Creo que después de todos sus huéspedes no cambiaron mucho.
Continúo mi caminata y al salir del mercado el olor a Zempasuchil me recordó que días antes visite el cementerio militar para visitar y llevar flores a los pocos amigos que siempre me fueron leales. Recuerdo a “Monterey” por que quede de ir a vacacionar a su casa en el verano del 2001. “Monterey” no llego a ver ese verano y a su familia la conocí de lejitos cuando subían su ataúd en un “Araban”, un noble avioncito con una extraña forma de zapo. Bromeábamos cuando planeábamos algo ya que siempre decíamos “Si el zapito no me lleva antes hare esto o aquello”
Llego a mi hotel y subo a mi habitación. Me desnudo y prendo el televisor. De pronto una luz roja y unos sonidos, que me recuerdan los tiros de los rifles semiautomáticos durante el entrenamiento, me hacen abrir mi ventana y asomarme. Luces chispeantes alumbran a la ciudad, los “quillos” festejaban sus Fiestas de Octubre. Veo como esas luces brillan y caen como lluvia. Me hace recordar a ese joven uniformado y querer hablarle, prevenirlo pero ese joven ha desaparecido. Tal vez fue doloroso pero creo que crecer duele y madurar más.
Cuando el Diablo me quiera llevar, condenado por las tentaciones de mi vida creo que le podre decir: “Gracias por haberme dejado vivir más…”