viernes, 10 de junio de 2011

El Globo Azul


Los árboles se mecían lentamente al compás de la brisa marina que llegaba de la costa. El gran mar Índico ese día se veía azul profundo haciendo que las pequeñas barcas de los pescadores resaltaran con la luminosidad del sol.
Una niña estaba costada sobre el pasto verde. Atenta miraba las nubes, escudriñaba con su mirada las diferentes formas que se hacían en el cielo. Una mano, una cebra, inclusive juraba haber visto un león. Sus ojos obscuros miraban con una curiosidad digna de la niñez esas extrañas formas.
Su vida era apacible. No tenía temores, no sabía ambicionar, no sabía odiar, no sabía que era el egoísmo, pero sobre todo no sabía que era perder algo.
Recogió sus piernas y sentada miro el mar. La tierra roja circundaba el pasto verde en el que ella estaba. La fertilidad parecía cuidarla del mundo y la libertad se esparcía en una inmensidad única.
A lo lejos noto una extraña hilera de camiones verdes. Se movían en línea recta mostrando una rigidez no comprensible para ella. La hilera de vehículos se detuvo cerca de la villa donde ella vivía. Su curiosidad creció al ver descender personas. Portaban uniformes del mismo color de los camiones. Ella se levantó y comenzó a acercarse. Corría rápidamente para saber qué era lo que ocurría en su villa.
Al llegar observo detenidamente los vehículos. Eran grandes y portaban símbolos desconocidos para ella. Observo a los hombres que se movían de un lugar para otro. Uniformes verdes por aquí y por allá. Sin embargo aún por encima de la disciplina que estos mostraban noto algo que no encajaba en el cuadro que observaba. Había una figura esbelta. Lentamente con un poco de temor pero no lo suficiente para perder la curiosidad la niña se acercó. Notaba que el jefe de la villa hablaba con lo que parecía ser una mujer. Era muy diferente a lo que ella concebía como una mujer. Su cabello era rubio, sus ojos eran grandes y azules. Su nariz era pequeña al igual que su boca. Sus dientes era blancos y su sonrisa era agradable, reflejaba confianza que tranquilizaba a la niña. En uno de los brazos la mujer tenía un rectángulo con tres colores: azul, blanco y rojo…
El jefe de la villa que hablaba el idioma de los blancos. Daba muchas explicaciones acerca de algo pero la niña no entendía qué. La mujer señalaba lugares en una hoja que mostraba líneas y dibujos y el jefe simplemente negaba las cosas con la cabeza.
La mujer decepcionada se dio la vuelta y se sentó dentro de uno de los camiones. La niña se acercó y al mirarla la mujer noto su presencia. Una cálida sonrisa se formó en su rostro y comenzó a hablarle en una lengua que la niña no entendía. La mujer sonrió de nuevo y comenzó a buscar algo en los asientos traseros del camión. Saco una pequeña maleta verde que tenía el mismo rectángulo tricolor del uniforme de la mujer. Saco un pequeño hule azul y lo puso entre sus labios. Comenzó a soplar y a soplar, los ojos de la niña crecieron de admiración al ver que lentamente comenzó a crecer una esfera azul. Rápidamente la mujer hizo un nudo que sujeto a esa esfera. Saco un cordel de la misma maleta y se lo ato. Extendió su mano entregándoselo a la niña.
La niña estaba extasiada. Jamás había visto algo así, era ligero y al jalarlo hacía abajo regresaba hacia arriba. La niña sonreía de emoción al conocer esta cosa extraña que le generaba felicidad. La mujer al contemplarla sujeto el pequeño rostro de la niña y señalo esa esfera que la niña contemplaba y pronuncio una palabra extraña: globo.
Cerró la puerta del vehículo y los hombres subieron al instante y así como habían llegado se fueron.
La niña corría felizmente con su globo era del color del mar, era del color del cielo, era del color de los ojos de la mujer, era del color de la basta inmensidad que la rodeaba. Ella era feliz y sujetaba ese globo que parecía haber cambiado su vida para siempre.
Al llegar a casa sorprendió a mamá con su globo. Llego la noche y la niña acostada en el suelo de tierra miraba a la luz de una vela su gran globo, su gran regalo y no podía pensar en otra cosa. Poco a poco la niña fue cerrando sus ojos hasta que mamá entro y apago la vela.
Al otro día muy temprano la niña salió de su casa con su globo. Mamá estaba molesta porque no había tomado su desayuno pero la pequeña no tenía nada más importante que su globo. Corría hacia el mar y corría de alegría. Sin darse cuenta había una roca en el camino y la niña tropezó y cayó por el suelo. Un dolor agudo la aquejaba pues se había golpeado su pierna. La sangre broto sin embargo eso no le importaba inmediatamente miro buscando su globo pero este no estaba. La niña comenzó a llorar desesperada. ¿Dónde está mi globo? De repente algo la hizo mirar hacia arriba. Su globo estaba allí estaba suspendido en el aire y comenzaba a subir más y más. La niña se levantó y brincaba tratando se sujetarlo, mi globo, mi globo. Sus ojos llenos de lágrimas reflejaban su dolor al ver como su gran regalo le era arrebatado. Vio como el globo se elevaba más y más por los aires hasta perderse en la inmensidad celestial sin poderse detener. La pequeña niña ahora sabía lo que era perder algo…
La tierra roja mostraba huellas. Huellas de los vehículos que habían estado hace un día allí. Un papel lleno de rayas y números estaba tirado. Tenía un nombre encerrado en un círculo rojo que marcaba una ubicación. En el idioma de la niña se entendía como “Montaña Luminosa”, en el idioma de la mujer se podía leer Kenya.